25 de abril de 2010 a las 18:34

 

Siempre hay un mañana y un ayer.

Siempre una despedida y un volver.

Y es la misma historia

que a menudo se repite de querer volver.

 

Vuelven las estaciones del año

y con ellas su acontecer;

vuelve el huerto a florecer,

el fruto a crecer y las hojas a caer.

 

Y en un atardecer encendido,

regresan las aves a su nido,

a dar calor y abrigo,

y a sus polluelos proteger.

 

Y nosotros, para bien o para mal,

siempre queremos volver

a donde quedó enterrado el cordón umbilical.

Y, ¿qué sucede cuando volvemos al sitio anhelado?

 

Entonces nos damos cuenta

que la mente nos ha traicionado;

que nada es lo mismo,

que todo ha cambiado;

que aquel ambiente antes nuestro y halagüeño,

ahora es ajeno, tiene otro dueño.

 

Que ya no existe aquel humilde hogar

donde un día todo fuera luz y alegría,

y hoy, aquel paraje triste,

solo semeja una tumba fría.

Entonces nuestros ojos entristecen

al ver el solar baldío

donde triste canta un grillo

y unas hierbas crecen.

Y ¿qué nos queda entonces?

 

Solamente volver de nuevo

al exilio voluntario,

a voltear las hojas del calendario

y a esperar que una fría mañana

o un lluvioso atardecer,

tengamos que emprender

el viaje del no volver.

 

Foto:Jaime Avalos

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